Hace 20.000 años, los humanos inventamos la agricultura. Hasta entonces éramos cazadores y recolectores, y casi todos los estudios apuntan a que este tipo de sociedades eran extremadamente igualitarias. Pero cuando inventamos la agricultura, inventamos los excedentes, apareció la gente que quería controlar esos excedentes y así surgió la jerarquía. En cualquier sociedad humana, socialista o capitalista, matriarcal o patriarcal, religiosa o laica, aparece esa jerarquía que condiciona la riqueza y crea la pobreza. Porque ésta es una creación humana. En esencia, la invención de la pobreza significó encontrar una forma de dominar a un homínido descendiente de los primates como no había hecho hasta el momento ningún otro primate en la historia de este planeta. Hemos dado con un método que, simplemente, abusa de la gente. Es obvio suponer que pobreza lleva aparejado consigo una pérdida o disminución de muchas cosas, pero principalmente de la salud. Si hiciéramos un eslogan publicitario sobre este tema, rezaría así: «Caballero, intente no nacer en la pobreza y, si ha cometido ese error involuntariamente, cámbiese de estación en la vida lo más pronto posible» Y aunque es deseable que la gente logre escapar de la pobreza, la cicatriz de su paso por ésta queda anclada mucho tiempo después de haber superado sus bolsas más profundas de nuestra sociedad. Es un tema que ha estudiado con profundidad la sociología, llevándose a cabo un estudio (Las heridas secretas de la pobreza) que demuestra que incluso dos generaciones después de que una familia supere la pobreza, existen actitudes, ansiedades e inseguridades que surgen alrededor de un sentimiento de desprotección. La miseria, el estrés o el trauma, cuando ocurren en los primeros años de vida, dejan huellas imborrables, pero de alguna manera, es sorprendente comprobar que ese peso post-traumático lo heredan también las futuras generaciones aún habiendo superado la marginalidad.

En el mundo hay pobreza. Y mucha. En un contexto en donde la globalización sólo beneficia a una minoría (nosotros, los privilegiados que hablamos con una web cam con nuestro amigo de Tokio) y afecta a una mayoría (el niño que esnifa pegamento en las calles de Lima cuyo futuro, sin saberlo, puede verse perjudicado si el presidente de la Reserva Federal norteamericana sube unos puntos los tipos de interés), y en donde las sociedades ricas han creado, o se han beneficiado, de un sistema de explotación de los recursos de los países pobres en confabulación con los gobiernos corruptos, ha posibilitado que más de mil millones de personas vivan actualmente en la más absoluta pobreza. Las personas que se afanan en los países ricos por superarse y progresar son los que renuncian al placer inmediato para poder sacar buenas notas para poder ser admitidos en una buena universidad para poder conseguir un buen trabajo para poder elegir la residencia de la tercera edad que quieren. Las personas que se afanan en los países pobres y empobrecidos para mejorar lo hacen por algo más sencillo: sobrevivir. Maslow y su pirámide tienen algo que decir a esto. Para muchas de estas personas, la única opción que tienen en la vida es emigrar si no quieren morirse de vivir en la pobreza. Así de sencillo.

La pregunta que se plantea tiene una respuesta con truco. En mi opinión, no se trata de si actualmente tenemos muchos o pocos inmigrantes, sino si realmente somos conscientes de lo que tenemos ahí mismito en el patio trasero. Considero, como toda persona sensata, que la inmigración es deseada y deseable cuando vienen con un contrato, aporten una cualificación y sean unas personas de bien. Por solidaridad y por mis pensiones. Pero la pregunta de ¿Demasiado inmigrantes? tiene una respuesta mucho más genérica: Potencialmente NO. No hemos visto más que la punta del iceberg y veremos qué medidas podremos tomar no ya para contener, sino para gestionar esa presa que empuja con la fuerza de millones de personas que escapan del hambre y de la miseria más indigna.  Lo queramos o no, van a seguir viniendo. Y con ello surgirán problemas de cupo, problemas de convivencia y de marginalidad que traerán soluciones que no van a satisfacer a todos. Pero la primera solución que debemos tomar es la de concienciar a la sociedad de que hay que tratarlos como lo que son: seres humanos, y acto seguidos ser conscientes de la verdadera magnitud del problema y asimilar su naturaleza ¿Saben el refrán que dice de ponerle puertas al campo? Pues eso. Porque a una persona que atraviesa media África a pie y cruza el Estrecho en patera no la detiene nadie, y si ha hecho toda esa barbaridad, será por algo, ¿no?

Ademar de Alemcastre