Señoras y señores, estamos inmersos en el comienzo de una revolución y no nos estamos dando cuenta. Quizá tenía razón Heisenberg con su principio de incertidumbre cuando decía que si conocemos con mucha precisión la posición de una partícula atómica, menos conocemos de su velocidad. Esto que se nos antoja muy lejano tiene en el fondo muchas aplicaciones prácticas.  Nos dice por ejemplo que si en un fenómeno que tiene dos variables, si nos esforzamos por conocer con exactitud una de ellas, perderemos certeza en la otra. Por ejemplo, si me propongo realizar un documental realista sobre la vida de algún animalillo y me pongo a filmar muy muy de cerca el parto de ese animal en una cueva, probablemente espantaré a la madre y perderé el realismo o la naturalidad del momento.  Por ganar cercanía, pierdo realismo. La virtud está en encontrar un punto medio entre el conocimiento de las variables que entran en juego. El mundo de la noche está también lleno de experiencias en donde el principio de Heinsenberg es aplicable, pero no es éste el foro donde podamos comentarlas. Volviendo al origen de Heisenberg y tomándolo con esta libertad y ligereza, me atrevo a decir que actualmente sabemos muy bien dónde estamos como sociedad (nuestra posición), pero estamos absolutamente perdidos en cuanto a la velocidad que llevamos (¡estamos en una revolución y no nos damos cuenta!) ¿De qué revolución estoy hablando? A ver, si ya hubo revoluciones industriales, sociales…¿a cuál me refiero? Probablemente a una que todavía es un embrión pero que tiene tanto o más calado y será más trascendente si es que somos capaces de sobrevivir a nosotros mismos como especie: la revolución digital que permite la creación de las sociedades en red.

Que estamos inmersos en una era de cambios, eso ya no lo duda nadie. La esperanza de vida en los países desarrollados se ha triplicado en menos de doscientos años. Súbitamente, la especie humana dispone de cuarenta años adicionales de vida después de haber cumplido sus tareas reproductoras. Es una revolución en la historia de la evolución, nunca vista hasta ahora. Y aún por encima, nos tocará vivir todos estos años inmersos en unos procesos de cambio que no tienen parangón en la historia, con avances y novedades que nos llegan desde todas las direcciones. La ruptura con «lo de siempre» que se está produciendo tiene como germen lo que podemos llamar en términos generales «la revolución digital», un hito histórico, que está trayendo consigo una transmutación de la cultura de lo real a la cultura de la simulación. Esto ha traído consigo una brecha que se agranda entre personas de distintas generaciones, que se aferran a los tópicos (cualquier tiempo pasado fue mejor; qué rollo con los viejos…) para explicar lo que está pasando. Pero en el fondo, lo que subyace es una auténtica revolución.

El ejemplo de las Naciones

Pongamos un ejemplo concreto y conocido para explicar el choque entre la cultura de lo real y la de la simulación. Con este ejemplo se entenderá las dos visiones tectónicas que chocan y que se corresponden a los dos paradigmas (real y simulación) que empezarán a luchar por su supremacía. Queridos lectores, entraremos con el ejemplo en el proceloso mar de las naciones.

Hasta ahora, para crear una identidad colectiva, se ha recurrido al concepto de nación, que ha servido para unir a la gente en aras de un objetivo común de superación y progreso. Está muy de moda últimamente por estas tierras discutir sobre si España es una nación, o una nación de naciones; de si Cataluña y Galicia, por ejemplo, son naciones también o si mi comunidad de vecinos podría considerarse como una nación. Creo importante que, antes de discutir esto, habría que definir más precisamente qué es una nación. Normalmente este punto suele olvidarse cuando se entra a discutir este tema.

Habría que arrancar en quinta y dejar claro desde el principio que una nación es una ficción. Que nadie se rasgue las vestiduras, por favor: ficción no es un concepto peyorativo, pues las ficciones pueden llevar una importantísima cantidad de sentimientos positivos aparejados consigo. Al decir que las naciones son una ficción simplemente indico lo que todos sabemos: que son un invento de los seres humanos, pues no existen fronteras físicas nacionales en la geografía, puesto que han surgido a través de los numerosos movimientos culturales, filosóficos y sociales que a lo largo de la historia hemos parido como especie.

Aceptando lo natural con naturalidad, el siguiente paso es ver cómo se crea la ficción. No he encontrado mejor ejemplo y más actual que el de que las naciones se montan como se montan los muebles de IKEA. Otra vez, insisto, no vea usted componentes peyorativos en la comparación. Es sólo un buen ejemplo: las naciones se montan como los muebles de la compañía sueca. En vez de piezas sueltas como ocurre en el caso de los muebles, las naciones se forman con un conjunto de categorías elementales que usted puede ir añadiendo sobre la base de hechos que hayan acontecido en su tierra: lengua, paisaje, folclore, próceres, gastronomía etc. Algunos territorios tienen un número suficiente de estas categorías y pueden conformar su pequeño mueble modular; otros, los que fracasan en el intento, son legión. Y todo ello siempre dirigido por un proselitismo desde las clases dirigentes hacia abajo. Porque las naciones no nacen, se aprehenden, y es el propio pueblo el que las crea y las destruye, guiados por los dirigentes que han elegido

Vamos a contrastar este razonamiento con la realidad: las ideas de España o Cataluña como nación, por ejemplo. Veamos si ambas siguen este modelo. ¿Son ficciones?: Sí, son creaciones humanas ¿Contienen un buen número de categorías elementales: lengua, literatura, paisaje, folclore, próceres, gastronomía…? Sí, mal que les pese a los dos bandos, ambas tienen un buen número de categorías elementales y pueden formar un mueble bastante chulo ¿La idea de que son nación cuaja gracias un proselitismo desde las clases dirigentes hacia abajo? Sí, en España actualmente menos que en otras épocas pasadas, y en Cataluña más. ¿Es el propio pueblo el que las crea y las destruye guiados por los dirigentes que han elegido? Sobran comentarios…¿Y mi comunidad de vecinos? ¿Es una nación? Pues no, porque no tiene suficientes categorías elementales para formar un mueble robusto.

Éstas son las naciones. Con esta visión, comprenderán ustedes que me interesa entre cero y menos dos el debate nacional español en términos sentimentales y de debate de café. En términos económicos sí me interesa más, pero ése es otro debate. Prefiero seguir hablando del concepto de nación y lo que ha representado en la historia. Las naciones han sido cruciales  para crear una sensación de unidad colectiva, indispensable para caminar todos juntos en aras de un mayor progreso. Pero sin embargo las naciones (todas las naciones) comenzarán un lento e inexorable camino de salida para convertirse en un vestigio del pasado, y acabar colocadas en foros menos importantes pero igualmente necesarios como son las competiciones deportivas, por ejemplo, porque amigos lectores, no sé si les ha quedado claro: ¡estamos en una revolución! ¿Y en las naciones, en qué se traduce? Pues que gracias a la revolución digital, la gente ya no busca sólo la identidad colectiva en las naciones sino en muchos más sitios. Las naciones han dejado de ser el único receptor de este poder, y por tanto, se empieza a crear un nuevo amalgama más personalizado para sentirse en grupo.

La sociedad que está naciendo es diferente: estamos construyendo las bases para vivir en una sociedad en red y son los nodos de esta red los lugares en donde la gente se reúne buscando su identidad colectiva. Porque reconozcámoslo: hay gente que le interesa mucho más las batallas del universo Tolkien que la batalla de las Navas de Tolosa. Esta gente se busca y se encuentra en el nodo correspondiente de la red, con sus foros, encuentros, reuniones y discusiones. ¿Y el fútbol? Es otro nodo: el que quiera tiene sus espacios comunes, con sus gurús periodísticos, sus tertulias, su sentirse identificado en resumidas cuentas ¡Incluso las naciones son ya un nodo más de esta red de búsqueda de identidades colectivas! El que se sienta sólo español y se preocupe por ello, buscará su espacio con gente afín. El que se sienta sólo catalán, lo mismo. Y podemos seguir hasta el infinito con tantas posibilidades como infinitos nodos tenga esta red. Y por supuesto, uno puede participar en tantos nodos como su tiempo y ganas le permitan. El razonamiento de que un catalán tiene más cosas en común con un gaditano que con un inglés, se sustituirá por el más preciso de: si tanto el catalán como el gaditano viven con pasión el devenir del Barça, a ambos les gusta el jazz, apoyan la causa saharaui y aprovechan sus vacaciones para viajar de mochileros por Asia, y por el contrario el inglés viste y vive la música de Los Ramones, no sabe ni le importa un bledo lo que pasa en el Sahara y sólo quiere viajar a hoteles de la costa mediterránea, probablemente entonces sí podemos asegurar que el catalán tenga más cosas en común con el gaditano que con el inglés.

«Es hora de dejar de hablar de las naciones, y ponerse a hablar de las personas», dijo Ortega. Y es una frase avanzada para su época. Y podemos extenderlo más, no sólo al ejemplo de las naciones: la sociedad se atomiza pues cada uno ocupa su pequeño espacio y encuentra lo que busca, gracias al revolución digital. En internet ya no son los vetustos portales (Terra…) los que eligen los contenidos; en la marquetiniana web 2.0 son los usuarios los que eligen los contenidos (blogs, Facebook, MySpace…) El germen de la revolución está en que el nuevo proselitismo ya no circula necesariamente de arriba hacia abajo.

Sí, ya sé lo que ustedes dirán: que todavía esto está en pañales. Que hay mucha gente todavía que prefiere tener una gran nación antes que un Estado eficaz: que nos sigue molando más la honra sin barcos que los barcos sin honra. Que el mundo es un lugar peligroso y que si entramos en una guerra el concepto de nación, por ejemplo, será imprescindible para unirnos todos y defendernos. Totalmente de acuerdo. Es un pensamiento avanzado a nuestra época, pero ya comienza a ser real y lo seguirá siendo siempre que sigamos avanzando en esta dirección y, como dije al principio, no nos destruyamos como especie (o involucionemos).

En muchos aspectos todavía quedan rocosos ejemplares de la cultura de lo real que miran estupefactos este nuevo paradigma que está naciendo. La disonancia generacional tan marcada que estamos viviendo, que hace que ambos bandos se miren como dos desconocidos, nace del choque de entre esas dos placas tectónicas, pues ambas culturas, la de lo real y de la de la simulación, coexisten ahora mismo buscando encontrar su sitio de poder. Y todo esto no ha hecho más que empezar.

Ademar de Alemcastre