El asunto de la Fiesta y de los Correbous tiene muchas lecturas. Sobre la materia ya se han escrito ríos de tinta y alzado las más altas voces, algunas con criterio y otras con un poco menos, con argumentos movidos unas veces por la razón y otras por la emoción que, ya se sabe, nubla a veces el cerebro pero aporta las dosis necesarias de ruido y furia que son la salsa de la vida. Es evidente que la motivación de las propuestas parlamentarias tiene un marcado vector político, hecho refrendado recientemente al blindar el Parlament a los Correbous debido a que su identidad está fuertemente enraízada con la identidad catalana, mientras que la Fiesta no. Hacer un análisis del hecho alejado de esta aproximación política sería un análisis incompleto. No obstante, quisiera abordar el asunto desde otro flanco, ir un poco al orígen de la causa y analizar algunas cosas que se dan por sentadas pero que realmente no están tan claras ¿Cuál es el origen del movimiento que ha acabado prohibiendo la Fiesta de toros en Cataluña? Al margen de las adhesiones de partidarios a la causa por motivos políticos, lo cierto es que la base fundacional del movimiento está en la noble premisa de «prohibir el sufrimiento de los animales» Pero una premisa, por noble que sea, no está libre de ser sometida a planteamientos que la cuestionen. Por eso es importante plantearse, ¿los animales sufren?, y en este caso concreto, ¿los toros sufren en una corrida de toros?

Para saber si un toro sufre, lo primero es aclarar la diferencia entre dolor y sufrimiento. Es evidente que los toros sienten dolor, pues tienen terminaciones nerviosas y éstas trabajan para que, al recibir un estímulo exterior, su cerebro ordene al toro a reaccionar en la dirección que más le favorezca a su propia superviviencia. Pero el dolor no es más que algo momentáneo y de presente, una indicación de actuación instantánea. El sufrimiento, en cambio, es algo mucho más complejo. El sufrimiento es la capacidad de recordar el dolor pasado y de anticiparse a un dolor futuro aun no teniendo la certeza de que vaya a ocurrir. Nosotros podemos sufrir por un hecho traumático que ocurrió hace años y que no hemos superado, y hay veces que ni siquiera este hecho es tan traumático y sufrimos igualmente por ello, por ejemplo; o podemos sufrir frente al hecho incierto de qué va a ser de mí si me rescinden el contrato en el trabajo aun no teniendo la certeza que me vayan a despedir, o frente al imponderable futuro de si podré pagar la universidad de mis hijos dentro de veinte años. Esa capacidad del ser humano de padecer por hechos como éstos, pasados y futuros, o de tener sentimientos complejos abstractos como el de seguir a una bandera para entrar en una guerra es, problablemente, y digo probablemente, el hecho más relevante que nos diferencia de los animales, y no la inteligencia per se, pues es sabido que los animales son inteligentes, como también lo son los ordenadores. Sin embargo, lo que los ordenadores no tienen es conciencia de ser ordenadores, y desde luego es muy complicado (imposible, dirán algunos) saber si los animales tienen conciencia de ser animales y también de si sufren.

 
El desconocimiento de muchos de nosotros para diferenciar entre dolor y sufrimiento hace que la respuesta rápida a la pregunta de si los toros sufren en una corrida es que sí, que los toros sufren cuando los encierras en un coso y les vas clavando astillas y mareándolos con un capote hasta que les clavas una espada que, en el mejor de los casos, entra a la primera  y les produce la muerte. Pero, ¿por qué llega a nuestra mente tan rápidamente esa idea? Una explicación plausible de porqué a veces no sabemos discernir entre el dolor y el sufrimiento es porque en casos como éste solemos actuar de manera involuntaria con el razonamiento por analogía. Desde un punto de vista de lógica pura, razonamos por analogía cuando dado dos elementos que queremos comparar, observamos que si sus propiedades conocidas son semenajes, inferimos que sus propiedades desconocidas son también semejantes. Así por ejemplo, se conoce que los seres humanos y los simios tienen muchas semejanzas en sus propiedades conocidas; por tanto, es probable que en aquellos aspectos que no conozcamos de los simios, éstos se comporten como en los propios de los seres humanos. Pero este razonamiento por analogía plantea el interrogante de si se puede realizar sin temor a equivocarnos con otros mamíferos que no sean tan parecidos a nosotros en psicología y conducta como los simios. Como por ejemplo los toros, las medusas o los insectos. El razonamiento por analogía sería el siguiente: si a mí me lidiasen en un coso hasta mi muerte, estoy absolutamente convencido de que yo tendría que sufrir, entonces indefectiblemente un toro cuando lo lidian tiene que estar sufriendo. Es perfectamente razonable que una persona sensible sufra viendo a los toros, pero ¿es correcto aquí hacer un razonamiento por analogía? Que yo crea que sufre porque yo sufriría si me hicieran lo mismo, ¿es argumento suficiente para inferir que él sufre? Porque la pregunta clave es: ¿realmente el toro sufre?  A lo mejor el toro sólo siente dolor, un conjunto de sensaciones dolorosas instantáneas repetidas hasta la última y final que le produce la muerte, y no siente humillación por ser el centro de un espectáculo sangriento ni la agónica y penosa sensación de que va a tener una muerte larga y dolorosa que le haga pasar su última hora de vida llena de terribles vejaciones. Si yo fuera el que estuviera en el centro del coso y el toro en la platea, ¿sufriría él al verme a mí? (acepto aquí un abuso de la demagogia, pero es un ejemplo sobredimensionado para intentar explicar el argumento). Imaginándonos la situación de que realmente un toro no sufre, entonces podríamos estar hablando de una suerte de falacia de la analogía, que haría ver que la inferencia de nuestro sufrimiento en el suyo es errónea. Si esto es cierto, esto invalidaría la premisa de que el toro sufre en una corrida y eso sería un toque muy severo al argumento de los que están a favor de la prohibición de los toros (aunque en Cataluña el argumento político es también muy fuerte y probablemente el que más adeptos ha ganado para la causa) y de la noble premisa de que hay que «prohibir el sufrimiento de los animales», ya que sencillamente no se puede prohibir lo que no existe.
 
Las investigaciones científicas sobre animales no han dado todavía una conclusión de consenso sobre este particular. Por tanto, para ajustarnos estrictamente a la verdad científica, lo cierto es que actualmente no podemos asegurar que todos los animales sufren por mucho que nosotros suframos viéndolos en determinados espectáculos. Y es asunto de especial relevancia, pues en el caso de que no sufrieran, ¿cuál sería la ley moral que nos obligaría a prohibir estos espectáculos? ¿Acaso una ley sobre nosotros mismos para acotar determinados comportamientos bárbaros? Esta idea me gusta a mí personalmente, pues realmente podría ser un valor moral elevado tratar a los seres vivos de este planeta con acciones que evitaran su dolor, pero también podría haber otros que preguntasen dónde está la barbaridad en un acto que no inflinge sufrimiento en un animal, y porqué el dolor en otros muchos animales está perfectamente asumido (y justificado por algunos) bajo argumentos puramente utilitaristas de beneficio a la sociedad: causar dolor a los animales para ser comidos o provocárselos en experimentos científicos para curar enfermedades humanas. Además, si la ley moral de no causar dolor a un animal fuera nítida, entonces eso significaría que los animales tienen derechos, en este caso, el derecho de no padecer dolor por causa innecesaria. Pero el concepto de «derechos» lleva aparejado consigo el concepto de «obligaciones», y es difícil saber cómo un animal puede asumir obligaciones morales igualmente. Es muy difícil establecer la frontera en todas estas cuestiones, como en general en casi todas las situaciones de la vida en las que hay que establecer alguna frontera.
Y por útimo, un breve apunte sobre los motivos politicos que de alguna manera no dejan de estar bajo la sombra de otra sospecha de analogía falaz: los Correbous son propios de Cataluña y la Fiesta de los toros no. Pero acompáñenme en el siguiente razonamiento: si analizamos nuevamente la semántica de la expresión, y aceptamos que lo contrario de propio es ajeno, realmente lo que se está diciendo es que la Fiesta de los toros es ajena a Cataluña. Pero, ¿es eso verdad? ¿Es realmente una fiesta que no está incorporada a las costumbres de la gente que vive en Cataluña? ¿Es algo realmente ajeno a la sociedad catalana?  Si asumimos que es ajeno, entonces forzosamente se impuso en algún momento, pero analizando todo el calado de la palabra «imposición» habría que asumir que es una carga u obligación que se puso a la sociedad en un momento dado ¿Es realmente así? ¿Fue una imposición realmente o se incoroporó simplemente porque cuajó entre los catalanes y entró a formar parte de las costumbres sociales sencillamente porque gustó a mucha gente? Y si no es una imposición, no es por tanto ajena, ¿habría entonces que cambiar el registro de que en Cataluña la Fiesta es también propia? Y si es propia, ¿por qué los Correbous que también son propios se blindan y la Fiesta no? ¿Es la muerte del animal en última instancia la que discrimina el blindaje y no la identidad con la tierra que acoge los acontecimientos? Pero entonces, ¿no habría que impedir también otros actos de muerte animal innecesaria como los ya antes comentados de  utilizar a los animales en ganadería? Y digo muerte innecesaria porque , ¿acaso no está más que demostrado que con dietas vegetarianas y complementos sintéticos de vitaminas y proteínas se puede vivir perfectamente? Luego entonces las muertes para consumo alimenticio son igualmente innecesarias, ¿por qué no prohibirlas también? Explicándoles todos estos argumentos y asumiéndolos como válidos, sería interesante conocer si el número de personas que está en contra de la Fiesta sería coherente e igual al número de personas que abogaría por la prohibición matar innecesariamente a animales para consumo alimenticio. Nuevamente nos encontramos con un asunto con varias aristas y en el que no hay una respuesta fácil, a menos que nos dejemos llevar por la simplicidad y el sectarismo de estos políticos que nos ha tocado en suerte, en cualquiera de sus sensibilidades, que como bien sabemos zanjan muchas de las cuestiones importantes de un plumazo sin el necesario espíritu reflexivo, aprovechándose si es menester de las personas cuando se comportan como masa. El ruido y la furia, supongo, es el camino más fácil para conseguir votos.

Ademar de Alemcastre